Ningún lugar es malo para escribir
Siete vacas y una huerta sembrada en plena pendiente, ¡buen porvenir para una familia de cinco hermanos! Tuvieron que dejar el caserío: uno se fue al muelle, las hermanas a la fábrica de boinas, Josemanuel a América, a Brasil, donde es padre de una partida de niños negros según se veía en una fotografía que envió hace muchos años, y nuestro Nikola entró de pinche en los talleres del Ferrocarríl de San Sebastián. Como de costumbre, fue el hermano mayor el que se quedó en el caserío, dejando el trabajo del muelle.
Casablanca no es un caserío feo, pero el antiguo mayorazgo ha envejecido y sus hijos no quieren coger el relevo. Oscuro porvenir el del hermano mayor de Mecha, con una jubilación que no llega a las cuarenta mil pesetas. Mientras hay vida hay esperanza como decía el otro. Y mientras hay vida hay trabajo dice el agricultor.
De cuando en cuando suele acercarse por su casa natal. Además de visitar a sus hermanos siempre hay algún trabajillo que hacer. Que si el arranque del tractor no marcha bien, que si hay poca luz en la cuadra, que si la máquina de cortar nabos se ha estropeado... A decir verdad, antes iba con más frecuencia, pero la artrosis lo ha incapacitado para los trabajos el caserío, ya no puede ni coger la horca para manejar la hierba, sólo utiliza el rastrillo, y con la pendiente a favor, de arriba hacia abajo. Apenas sabe segar, lo justo para dar de comer a las vacas.
Pero su hermano siempre será su hermano, y si está imposibilitado, más aún. También a él le pesan los años. A partir de cierta edad llegan con la misma facilidad que las malas cartas en el juego. El mayor de los Aguirre está en cama, medio inválido. Y los campos se quedan mirando a la casa, esperando que alguien corte la hierba. Es julio y sus hijos se han ido de vacaciones. Martín Aguirre, el dueño de Casablanca está solo. Solo y en cama.
Casi peor que solo, pues hoy ha venido a visitarlo su hermano. ¿Y qué diablos se puede esperar de ese loco de hermano si no es algún disgusto? Es cierto, para los arreglos eléctricos y cosas así tiene buena mano, pero en cuestión de trabajos del campo, nuestro amigo Mecha es un perfecto urbanícola.
Ahora mismo lo está oyendo, incapaz de arrancar la segadora. El pobre no tiene ni fuerza. A saber qué comerá... Enviudó joven y no se alimenta como es debido. Eso sí, cuando viene por el caserío, entonces bien que come...
Realmente, bastante trabajo tiene Mecha con llevar la ruidosa segadora cuesta arriba, hacia los campos roturados. Sorna con gusto no pica. Picar, desde luego, pica, pero un hermano es un hermano. Sabe bien que la artrosis no perdona. Mañana no tendrá fuerza en las manos, y los huesos serán un puro temblor. Viene un día de bochorno. Habrá que sudar la camiseta. Ahí está otra vez esa condenada abeja revoloteando por encima, esos cerdos no dejan a la gente en paz ni los domingos. ¡Cabrones!
A ratos, el dueño de Casablaca se incorpora y observa a su hermano por la ventana. Ese loco no va a hacer nada bueno, no puede controlar la máquina, los campos están en pendiente y se le tuerce. Vaya forma de adecentar el prado, hermano, me lo vas a dejar como si fuera la cabeza de un punky...
Menudo viento se ha levantado de repente. Me va a aplastar toda la hierba, como cuando de jóvenes nos poníamos gallitos en las romerías, con Anttoni y Fausti... Ahora los jóvenes se entusiasman en las discotecas. Este viento va a acabar por tirarme al suelo. Voy a parar la segadora...
-¿Qué hace aquí?
Vaya, aquí están los cerdos. Demonios, han venido en helicóptero. Está realmente garboso ahí en medio del prado. El estruendo de la segadora ha impedido que nuestro torpe segador oyerá el ruido del helicóptero.
Son tres. Y el piloto, que se ha quedado dentro del aparato.
-¿Qué hace aquí?
-Yo... ¡cortar la hierba!
-¡Con que sí, eh! ¿Y no sabe cortarla de otra forma?
¿De dónde han salido éstos? ¿Qué quieren, que me ponga a segar con una hoz?
-No... no sé segar... de joven sabía algo, pero tuve que marcharme al pueblo porque éramos muchos hermanos y el caserío era pobre...
-¡Basta ya! ¿Le parece bien lo que ha hecho?
Menuda jeta tienen los tres. Éste tiene que ser coronel. Y lo apuntan todo en ese cuaderno.
El teniente: ¿Quiere reírse de nosotros?
El apuntador: ¿O sea, que usted no ve nada?
El de gafas negras: ¿Dónde ha robado esa chocolatera?
Seguro que no son de Ataun. Se reúnen y durante un rato hablan entre ellos.
-Venga con nosotros -dice el teniente.
Mecha va tras ellos, pero el de gafas negras le deja pasar delante. Lo llevan en medio. Pobres desgraciados, pensarán que van a amedrentarme como si fuera uno de esos críos... Le ordenan que entre en el helicóptero.
-¿Ha volado alguna vez en helicóptero?
-¡No!
-Ahora verá qué bonito es. ¡Póngase el cinturón y no se asuste, abuelo!
-¡Oye chaval, que yo ya había volado mucho antes de que tú nacieras!
-¿Ah sí? ¡No me diga!
-¡Sí!
-¿Sí, eh? ¿En una segadora, por casualidad?
-¡No, en un ratón!
-¿En un ratón? ¡Ja, ja, ja...!
Los cuatro se ríen al unísono. Desgraciados.
-¡Sí, en un ratón ruso!
Se callan. No esperaban este golpe. En ocasiones Mecha suele tener ocurrencias así:
-¡En un ratón ruso, defendiendo la república de los trabajadores y los derechos de mi pueblo!
Los cerdos se miran entre sí. No tienen más remedio que callarse. Ponen el aparato en marcha. Vuelven a alborotar la hierba y se elevan más suavemente de lo que esperaba el hermano menor de Casablanca. Pero de todas formas han tenido que callarse. ¡Cabrones!
Ve su casa natal, cada vez más pequeña, rojiblanca, de juguete, y lo que ha cortado en el prado, bastante torcido, es cierto, pero hermoso, y además desde aquí arriba se leen perfectamente los espacios de hierba que ha dejado sin cortar. No me han dejado acabar, con la primera palabra ya les vale. Son sensatos. Letras grandes, para que los del helicóptero puedan verlo bien. Y no son analfabetos. Mirad hacia abajo, sí... Ya os podéis joder... ¡Y además en perfecto euskara!
Primero lo enreda todo y luego se va, y encima en un helicóptero... ¡Demonios! Este hermano mío se ha vuelto loco, y además ha empezado a tronar, enseguida lloverá, la segadora se va a mojar y se estropeará, y a ver quién la trae ahora a casa desde el prado... Ese hermano mío siempre ha estado medio loco.
Les citaré el Tratado de Ginebra. Soy preso de guerra. No les daré más que mi nombre y mi grado: Nikola de Agirre, Mecha, piloto de avión. Del Escuadrón de Cazas Polikarpov I-16 nº 2 al mando del comandante Anton Kovalesky. Que abatió un Heinkel He 70F y dos Fiat CR.32 de la Legión Cóndor. Un Aguirre no sólo cae, también ha de hacer que otros caigan...
El caserío ya no se ve, se están acercando a la colina en la que está situado el cuartel, por encima de una gran bandera. Siente un mareo, y piensa que si lo maltratan quizás no se porte como el héroe Kovalesky: un escalofrío le recorre la columna, pues al pasar junto a los cables ha recordado la descarga de 30.000 voltios que lo tuvo al borde de la muerte...
Ha empezado a llover... La hierba se va a estropear... La segadora se averiará... Y nuestro Mecha se va a pasear en ese chisme... ¡Tarambana!
© Koldo Izagirre