El apagón general
Hoy, a diferencia de otros días, la primera ocupación de nuestro amigo no ha sido comprar el periódico. Hoy Mecha tiene un asunto urgente que cumplir antes de la marcha del mundo con Pepe, el vendedor de periódicos. En ayunas y sin afeitar se apresura hacia la Caja de Ahorros. Pero al llegar, y a pesar de que aún no han abierto las puertas de la entidad, se encuentra con la acera repleta de gente, jubilados como Nikola de Agirre que acuden a cobrar su pensión mensual. Muchos de ellos, seguramente, en ayunas, y algunas de las viejas también sin afeitar.
Mecha frunce el ceño. No le gusta nada tener que escuchar conversaciones ajenas; incluso en los autobuses eso es lo que más le molesta. Resignado a hacerse el sordo, se sitúa al final de la cola cuando oye una conversación que lo deja preocupado e inquieto para el resto del día. ¡No es posible! ¡Desde luego, cada vez se oyen cosas más increíbles, pero algo así...!
Cuando por fin le llega el turno, como todos los meses, saca un poco de dinero para el bolsillo, otra parte para pagar el alquiler de la casa, y el resto lo ingresa en la cartilla, es la herencia que poco a poco va reuniendo para su nieto Beñat. Desnudos nacimos y desnudos hemos de dejar este mundo.
Vuelve a casa sin pasar por donde Pepe, nervioso, trastornado, calentándose la cabeza con lo que ha oído en la cola.
Saca de debajo de la cama unos carpetones que guarda allí. Entorna los ojos y sopla sobre ellos para quitarles el polvo. Va a la cocina, coloca la mesa junto a la ventana, y después de pasar media hora maldiciendo porque no encuentra las gafas, se sienta con calma, empaña con su aliento las gafas de leer que había olvidado en el baño, las limpia frotándolas con un pañuelo, y encajándoselas con gran cuidado sobre la nariz, abre las carpetas.
Hay que saber mucho para entender esos dibujos. Están llenos de rayas en dos o tres colores, parecen hilos retorcidos o haces enmarañados. A intervalos hay también unos hermosos redondeles, que como no tenía compás dibujaba poniendo un vaso boca abajo. Son los esquemas y planos que hacía Mecha cuando tenía buena vista y buen pulso, mucho antes de jubilarse, por supuesto. Torretas de alta tensión, la iluminación de viejas calles, las nuevas bobinas que tuvo que devanar en el motor trifásico que un ingeniero recién licenciado quemó en los ensayos...
De repente, encuentra una hoja primorosamente dibujada: ¡allí está la solución! Coge el papel, al levantarse hace caer la silla y, sin quitarse las gafas, se precipita escaleras abajo por no esperar al ascensor, olvidando cerrar a la puerta con llave, con la pierna más agil que nunca, y con la hoja doblada oculta bajo la camisa, tan contento como cuando, durante la guerra, siendo telegrafista del batallón «Amaiur», recibía mensajes cifrados...
Mecha no ha entrado nunca en el local de la asociación de jóvenes. De hecho, cada vez conoce a menos jóvenes, exceptuando a los hijos de algún amigo. Aunque él no lo sepa, ha tenido suerte, pues esa mañana los jóvenes tienen reunión, y se encuentran allí congregados cuatro parados, tres chicas que han hecho novillos en el instituto y el hijo de Patxi el tabernero, que disfruta menos gastando el dinero que su padre ahorrándolo, junto con el concejal barbudo que todos los años, durante las fiestas, le quita la llave al alcalde y coloca la ikurriña en el ayuntamiento. Como se le ha olvidado quitarse las gafas de cerca, puede leer los grandes carteles que hay en las paredes: Palestina, Nicaragua, Polisario, Amnistía... ¡Esto no es el batzoki...! Y Mecha piensa para su coleto que quizás pueda solucionarse el problema.
-Quisiera hablar con algún responsable... Buenos días, muchachos.
Todos le miran extrañados. Una de las jovencitas ha escondido bajo la mesa los papeles que tenía en la mano.
-Buenos días, ¿qué desea? -pregunta el concejal.
Nikola de Agirre piensa que, puesto que no lleva boina, sería conveniente quitarse las gafas antes de plantear su petición.
-Un grave problema... ¡Una injusticia!
El anciano es incapaz de controlar su neviosismo. Coge la única silla libre y se sienta frente al concejal.
-Terribe! Yo creo que...
-Bueno, bueno... Tranquilícese... No será para tanto... -le interrumpe el de barba.
Y él les dice que sí, que ha sucedido algo inadmisible, haciendo con la mano el gesto de una sierra sobre la rodilla:
-El caso es que... ya conoceréis a Sabina, la coja, la recadera del mercado, la viuda, la que sólo tiene hijas...
-Sí -ataja una de las muchachas.
-¡Pues le han cortado la luz!
Todos vuelven a mirarse, y el concejal sonríe levemente con los ojos, pues los labios están ocultos bajo la barba.
-Mire Agirre... -empieza a decir, tras un largo suspiro-, este pueblo tiene muchos y graves problemas.
-Pero... -intenta argumentar Agirre, sacando el papel de debajo de la camisa.
-Perdone pero... ¿sabe usted, Nikola, cuántos problemas tiene este pueblo?
Muchos y muy graves, piensa responder Nikola; pero Mecha también sabe mentir cuando es necesario:
-Bueno... ¡está visto que con vosotros tampoco hay nada que hacer...!
-¿Con nosotros tampoco? ¿Qué quiere decir? ¿Con quién nos está comparando? -es la chica que ha escondido los papeles la que habla, enfadada.
-Lo que quiero decir es que... vengo del ayuntamiento, y que estoy oyendo aquí lo mismo que me ha dicho el alcalde. Se quedan callados. Qué remedio. Los demás centran sus miradas en el concejal. Hasta la barba se le ha puesto roja.
-Si creyera que somos del mismo rebaño que el alcalde, no hubiera venido... -dice el concejal, atusándose la barba.
Es listo el predicador. El anciando dobla y desdobla el papel, sin poder mantener las manos quietas. ¡Imbécil!
-Pero tiene usted razón... Hay que analizar los problemas uno a uno... Bueno, venga esta tarde con Sabina, entonces tomaremos los datos y hablaremos con los de la Compañía Eléctrica del Norte...
Al final Mecha extiende el papel y lo coloca sobre la mesa para que todos puedan verlo bien.
-Pero es que... ¡yo tengo la solución para eso no vuelva a suceder!
Se quedan mirando al papel. El concejal tiende la mano y le da vuelta, también el hijo de Patxi el tabernero le da la vuelta, así como la chica rubia. ¡Éstos se han pensado que el plano es una mariposa! Nuestro amigo empieza a irritarse. Los jóvenes se le quedan mirando.
-¿...Y?
-¡Una turbina Pelton!
¡Y ahora me dirán que la luz se enciende porque se le da al interruptor! El ex-electricista Nikola de Agirre ha tenido que suspirar igual que lo ha hecho antes el concejal.
-Vosotros sois jovenes pero... yo me he pasado cincuenta años entre cables y dinamos y algo he aprendido, no tanto como vosotros, claro, pero también antes pensábamos...
-¿Oiga... y este dibujo lo ha hecho usted, abuelo?
Como siga fumando así ese mocoso no va a acabar bien. Reprimiendo el deseo de decirle a ese joven descarado con pendiente en la oreja, que abra inmediatamente la ventana, el anciano rompe a toser.
-¡Bueno, Mecha, díganos qué es eso de la turbina Pelton!
Mecha habla mirando al concejal.
-Pelton es el nombre del inventor, y ese dibujo de ahí lo hice yo cuando tenía mejor vista y mejor pulso, y sin compás, eh, sin compás. Es una turbina, un trasto que produce electricidad utilizando la fuerza del agua...
-¿Y qué? ¿Qué solución es ésa?
-¿No decís vosotros que hay que hacer boicot a los Iluminados del Norte?
-Estamos en contra de todos los que de una u otra manera oprimen a nuestro pueblo -dice inmediatamente uno de los parados mirando con orgullo al concejal, pero éste sigue atento a las palabras del anciano, tomando disimuladamente notas en un cuaderno que tiene a su lado.
-¡Pues éste es el mejor boicot! ¡Producir nosotros mismos nuestra electricidad! La turbina Pelton es algo muy simple, la pones debajo del grifo de casa, y cada vez que abres la fuente produce electricidad...
Ahora es el anciano el que observa orgulloso a los jovenzuelos. Están en silencio. Qué remedio.
-O sea que, si no me equivoco... -y el concejal repasa los apuntes que ha tomado- ¿cada vez que necesitáramos agua tendríamos que abrir el grifo, no es así?
-No, para eso están los acumuladores.
-¿Cómo?
-Los acumuladores, unos chismes que acumulan electricidad...
-Y... ¿son caros?
-No... y si fuera necesario, se podría crear un taller, ahora que hay tantos jóvenes en paro -Mecha mira de reojo al joven que enciende su enésimo cigarro-, para fabricar acumuladores... Vosotros quizás penséis que este viejo está mal de la cabeza, pero podríamos conseguir el agua gratis...
El concejal deja de tomar notas y alza lentamente la cabeza. También la pregunta la expone lentamente, adelantando el rostro:
-¿Qué?
-Agua gratis, no es difícil... El agua del río, contaminada por las papeleras, no se aprovecha porque no es potable... Si lleva suficiente caudal para mover unas buenas turbinas, al menos servirá para algo...
Al concejal se le han puesto los ojos como canicas, tanto que si hubiera tenido gafas hubiera roto los cristales. El ex-electricista Agirre recoge de la mesa el plano de la turbina Pelton, lo dobla y lo guarda bajo su camisa. ¡Quedaos así con la boca abierta, esperando que la carne os llegue a las muelas...!
El concejal acaba por fin de tomar apuntes, ahora ya sin ningún disimulo. Nikola de Agirre está orgulloso.
-Ejem... Bien... Nos alegra mucho tener a un conciudadano tan preocupado y previsor, pero... ¿usted sabe, amigo Mecha, qué día es mañana?
Este barbitas no quiere quedar mal ante los jóvenes. Por supuesto. No, diciendo que mañana es viernes, no acertaría. Mejor me callo.
-Mire... Mañana se va a llevar a cabo una acción que hemos llamado Apagón General. Como ya sabrá, si la tensión baja repentinamente, saltan todos los automáticos, y así dejaremos sin electricidad incluso a la Central Hidroeléctrica. Lo de mañana no será más que un aviso... No se preocupe, seguro que Sabina tendrá luz, y si se descuida, gratis...
Mecha ha transformado su casa en taller, como surgidos del sombrero de un mago han aparecido tornillos, arandelas, alambres, cinta aislante... Un cable por aquí, un interruptor allá, el torno sobre la mesa... Al intentar enderezar unos clavos torcidos se ha dado un buen martillazo en el dedo gordo, pues no en balde los años llegan de dos en dos a partir de cierta edad, pero nuestro amigo está satisfecho: con un viejo trozo de latón ha construído una palometa, que pronto colocará bajo el grifo, y entonces el inducido comenzará a girar en torno a un viejo trozo de imán...
-¿Ayer fallaste, eh...? ¿No estabas bien?
-No... no... Tuve que ir a ayudar a Casablanca.
-Con el mal tiempo que hizo, no os cansaríais mucho en la huerta...
Cuando le da la vena, Pepe es terrible. Mira que es enrevesado este hombre. ¡Tú vas a comprar el periódico y él se te pone a contar las noticias! Y todo al revés, todo embrollado, como sólo lee los titulares, empieza con que los marcianos han llegado a Kortezubi en boinas voladoras y que en la farmacia del pueblo han recibido una píldora para vacunar ordenadores...
-¡Pues lo de hoy también va a ser bueno!
-¿Ah, sí?
-¡Sí hombre! ¿No has visto los carteles? ¡Apagón General! Y no sabes lo mejor...
-No, claro. Tendrás que decírmelo tú...
-Me han dicho, me lo ha dicho un joven cuyo nombre no puedo darte, que van a apuntar todas las casas en las que vean luz encendida...
-¿Sí...?
-¡Sí... apuntados! ¡Una lista negra! ¿Entiendes?
-No creo que sea verdad... Será sólo para meter miedo...
-¡No te fíes! ¡También decían que era mentira lo del treintaiséis, y ya ves!
-Bueno, Pepe, cóbrame...
-Oye, Mechacorta, no vayas contando por ahí lo de la lista, ya sabes...
-¡Tranquilo, hombre, a mí no me importaría nada ver a algunos cerdos del pueblo apuntados en una lista negra!
-¡Mecha... por favor!
El anochecer de ese día tarda en llegar más de lo que el anciano hubiera deseado. Finalmente, la charanga comienza a recorrer las calles y los altavoces difunden las razones de la acción de hoy, es decir el innoble comportamiento de la Compañía Eléctrica del Norte. En la camioneta de Alejo el carbonero llevan una divertida maqueta de la Central Hidroeléctrica. Seguro que el carbonero reconvertido en repartidor de butano se irá luego a cenar con los jóvenes...
Maritxu, su nueva vecina, le ha dicho que lo mejor es dejar algo encendido al salir, la radio por ejemplo, para que los ladrones no entren pensando que la casa esta vacía. ¡Por lo que me van a quitar a mí...! Mecha sale de casa tras apagar el conmutador general. Pues sí, he desconectado el conmutador. Mi nombre no aparecerá en la lista negra. De hecho, no tengo nada que puedan llevarse y además, también yo estoy en contra de la Compañía Eléctrica del Norte... ¡a mí me van a decir esos mocosos! ¡Como si no hubiéramos estado en peores listas negras...!
Nuestro anciano avanza por la calle con un paquete bajo el brazo. No han encendido las farolas del pueblo. ¡Seguro que el concejal de barba le ha vuelto a quitar las llaves al alcalde! Mejor. No quiero encontrarme con nadie. Faltan dos minutos para las diez. Se esconde en los viejos soportales de detrás de la fuente, en un rincón de la plaza mayor. ¡Seguro que el cura no ha desconectado el reloj del campanario...! Esto va para largo. Lo tendré adelantado, como siempre. El viejo Mecha siente los latidos de su corazón en la garganta. Nunca he sido de esos calzonazos, no señor, y el corazón...
Una gran explosión anuncia la hora de la acción. En la mayoría de las casas apagan inmediatamente las luces. Tampoco la luna comparece. Parece que aquella casa iluminada es la de Matías. Los de la charanga se dirigen hacia su ventana y el grupo de jóvenes y niños que les siguen empieza a cantar esta copla:
Ilunpetan da kalea
Argitan hor sukaldea
Ez da oso euskaldun jatorra
Etxe hontako jabea.
Nadie se ha percatado de que un anciano se afanaba en la fuente. Ha atado allí un pequeño aparato, y tras abrir el caño se ha ocultado en los soportales de la plaza. Cuando la algarabía de la charanga y los gritos y pitadas de sus seguidores consiguen que Matías apague la luz, el silencio se adueña de la plaza. Sólo se oye el agua de la fuente abierta. Inmediatamente, estalla una bomba en medio de la oscuridad de la plaza. Una bomba de luz: una gran bombilla se ilumina en la parte superior de la fuente, refulgiendo cada vez con más fuerza, como si estuvieran hinchando el globo gigante de las fiestas...
-¿Viste lo de ayer?
-¿El qué?
-El Apagón General...
-No, me quedé dormido...
-¿No sabes lo de la plaza?
-No...
-Pues tienes que enterarte, Mecha... ¡Terrible! ¡Parece que los de la Compañía Eléctrica del Norte quieren guerra!
-No creo...
-Pues tú me dirás, si no, quién puso una luz en medio de la plaza cuando todo estaba a oscuras...
-¡No digas...!
-En pleno centro... y sin que nadie se diera cuenta... Y allí se quedaron todos los jóvenes como atontados mirando a la luz de encima de la fuente. Era un aparato muy sofisticado, no una linterna cualquiera , no... ¡Hay por ahí alguien más listo que nosotros!
-No es difícil... Cóbrame, Pepe...
Mecha se envanece ligeramente por las palabras del vendedor de periódicos... ¡Así aprenderá el concejal ese de barbas! Con el periódico bajo el brazo, decide celebrar su acción. Y de paso podrá comprobar los resultados. Si el día anterior fueron las pocas ganas de escuchar las conversaciones de los demás en la cola de la Caja de Ahorros lo que lo apresuraron, hoy es el deseo de saber qué dicen los Aguirre lo que lo lleva a marcharse temprano de casa, y por segundo día en bastante tiempo, sale a la calle sin afeitarse la barba.
Jamás se ha afeitado en una barbería. Pero hoy es un día especial. Entra en el establecimiento de Simón. Hay mucha gente, tendrá que esperar. Mejor. Una silla se desocupa y nuestro saboteador se acomoda en ella. Abre el periódico, pero es incapaz de leerlo. Aunque no hubiera olvidado en casa las gafas de cerca, sería incapaz de leerlo. Estaría atento a la tertulia de la barbería:
-Fue una provocación...
-Seguro que los de la Eléctrica del Norte enviaron un agente para que lo hiciera...
-No sería para tanto...
-Pues parece que vieron a un tipo raro con un paquete...
-Dicen que ayer comieron unos de fuera en el bar de Patxi...
-Pues yo he oído que hay conflictos y escisiones entre los jóvenes, y que todo ha sido algo interno...
-¡Lo haya hecho quien lo haya hecho, les ha dado una buena lección a esos jovenzuelos arrogantes!
Mecha no cabe en sí de satisfacción. No pensaba que su invento fuera a conseguir tamaño éxito. Se ríe oculto por el periódico. Después de escuchar las opiniones de sus clientes, Simón siempre tiene un as guardado en la manga. Habla sin dejar de afeitar las patillas, tan dulcemente como siempre, con parsimonia:
-Pues uno de los jefes de la asociación de jóvenes me ha comentado antes que lo de ayer fue mera publicidad...
-¿Publicidad?
-Sí... Parece que hay alguien que está interesado en vender turbinas, o como se llamen esos chismes, que por eso hizo lo de ayer... ¡Un aprovechado!
La sonrisa desaparece del rostro del pobre Mecha. ¡Imbécil de concejal! El periódico le tiembla entre las manos. ¡Ésta me la va a pagar! Cierra el periódico y se levanta. ¡Me la va a pagar cara!
-Pero... ¿a dónde vas tan deprisa, Mecha?
Por efecto del golpe que da a la puerta, el cartel de «abierto» que cuelga del cristal se da la vuelta. Simón deja a medio afeitar la patilla del cliente y sale, abriendo la puerta que dice «cerrado», con el peine y las tijeras aún en las manos.
-¿Mecha, quieres que te guarde el turno...?
Pero Nikola de Agirre, jubilado de la Compañía Eléctrica del Norte, avanza a grandes zancadas por la acera, apretando con fuerza el periódico, indiferente al dolor de rodilla. Tiene una importante labor que cumplir y no puede perder el tiempo y la paciencia en la barbería: tiene que explicarle a un listillo, a un barbudo que anda por ahí murmurado, después de haber copiado en un papel las ideas ajenas, por qué le llaman a él no sólo Mecha, sino Mechacorta...
© Koldo Izagirre