Donde se explica quiénes son los Aguirre
En ningún mapa encontrarás el país de los Aguirre, pues no está en ningún lugar concreto. El país de los Aguirre está en todas partes. De hecho, la condición de Aguirre no la determina el origen, sino el dolor de las caídas. Que alguien se desgarra la rodilla al caer de las ramas de un manzano ajeno: he ahí un Aguirre. Otro se rompió el tobillo en una sokamuturra: es una forma de ser Aguirre. Y aquel otro se dio un golpe en el monte, porque de noche es más difícil ver los precipicios. Imposible negar que es un Aguirre. Y ese otro que acabó en el río escapando de un carro desbocado que quería atropellarlo: Aguirre, sin lugar a dudas. Los Aguirre son esa pobre gente que siempre está cayéndose. Y como todo el mundo prefiere no hacerse daño, cada vez son más escasos los auténticos Aguirre. Así que cuando dos de ellos se encuentran, se van al bar agarrados cogidos del hombro, no quieren dejar pagar al otro y lanzan cohetes para que los demás Aguirre sepan que la raza de los lastimados sigue viva; empiezan a dar trompicones sin darse cuenta, se tropiezan, se tambalean, como si les hubieran crecido nuevas piernas, siempre a punto de caer. Y sentados en un oscuro rincón empezarán a contar cuántas veces se ha caído cada uno, exagerando las alturas, duplicando el número de huesos rotos, demostrando con lágrimas cuánto les ha dolido. Y comentarán los detalles de la última caída. «ˇTodavía existimos!» dirá uno. «ˇAún quedan voluntarios para tropezar en la misma piedra» responderá el otro. Ésos sí que son dos verdaderos Aguirre.
Fijaos en esta sala, a ver si distinguís algún Aguirre entre los presentes. No, no es aquel que alarga la oreja por culpa de la sordera. No, tampoco es ése que se pasa la mano una y otra vez por la frente sudorosa. Ni éste que parece a punto de echar el bofe en el pañuelo de tanto toser. Es aquel de atrás que parece el más joven de todos los jubilados, el de pelo blanco, aquél con mirada de niño travieso, de ojos castaños, ése que ha seguido atentamente todo lo que se decía, el único que ha venido sin corbata, ése que al acabar la exposición del gerente de la empresa levanta la mano, ése es Nikola de Agirre, alias Mecha, como suele decir en ocasiones.
Así es Mecha: en el mismo momento en que los jubilados que han pasado cuarenta años en la empresa van a empezar a aplaudir, él levanta la mano pidiendo la palabra, y lo que dice inquieta al gerente y hace que los demás jubilados se enfaden. Muchos sienten vergüenza ajena, alguno piensa que tiene razón pero que ése no es el momento adecuado para plantearlo, e incluso los viejos sindicalistas dicen que Mecha es un insensato, un individualista. El gerente piensa, como siempre, que ese tal Nikola de Agirre ha sido un buen trabajador pero poco de fiar. De los que les gusta andar con los jóvenes. Y el gerente de la Compañía Eléctrica del Norte se arrepiente de haber invitado a la prensa y la televisión a esta ceremonia.
Mecha se pone en pie, y entonces podemos apreciar que es pequeño, enjuto, no le sobran grasas, vivaz. Toma la palabra, y aunque no se extiende tanto como el gerente ni se expresa tan bien como aquél, habla sosegadamente y con voz sonora. Y cuando las cámaras de televisión lo enfocan dice sonriente que agradece a la empresa el regalo con el que les obsequia tras cuarenta años de trabajo, pero que él es un Aguirre, de los que calibran la calidad por la capacidad de aguantar las caídas. Y deja caer el reloj ante el atónito gerente, mientras los recién jubilados exclaman al unísono «ˇOh!». El reloj hace un ruido triste. Nikola de Agirre se agacha lentamente y lo recoge. Las agujas parecen palillos abandonados sobre un tambor. Se pone en pie y al agitarlo junto a su oído el reloj emite un sonido parecido al de las maracas que su sobrino le trajo de Cuba. «Esto no vale para la muñeca de un Aguirre» dice el caedizo Nikola de Agirre, como desilusionado. Y sin escuchar los estúpidos cuchicheos de sus antiguos compañeros de trabajo, sale de la sala de prensa, pequeño y erguido, cojeanado ligeramente de la pierna derecha.
La envidia es una enfermedad muy extendida, así que, quienes no conocen bien a Nikola, al verlo en las noticias de la televisión dirán que Mecha siempre tiene que hacerse notar. Pero quienes lo conocemos de antiguo sabemos que ese abuelete bajito no lo hace por vanidad. Quienes lo conocemos de antiguo sabemos que a Nikola de Agirre le llaman Mecha porque se enciende con facilidad, porque es muy suspicaz con quienes desean hacer daño. Sabemos que no sólo se enciende, sino que explota fácilmente, que tiene poca paciencia. En una palabra, que es de mecha corta. Y por eso, sus amigos más íntimos, en ocasiones, cuando quieren tomarle el pelo, le llaman Mechacorta. Por lo demás es un hombre normal, del país de los Aguirre, con los defectos y las virtudes de los Aguirre, con el humor agrio de los Aguirre. Nikola Metxa, siempre dispuesto a hacerse daño.
© Koldo Izagirre